lunes, 20 de septiembre de 2010

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¿Cómo llorar sin llorarle a alguien? Incluso, ¿cómo llorar para que alguien no lo sepa, para esconder el llanto ante ese quién que nos sustrae de la intención comunicativa? ¿Llorar es fuerte, tragicómico, patético, despreciable? Sea gritar entonces. -¡Gritar! ¡Gritar!- El grito cabe en cualquier sitio. Podemos ponerlo donde se nos antoje -es pensable que quepa en cualquier espacio nuevo que abramos. Así como nos es dado gritar -mediante la gracia también adquirimos la ferocidad; voluntad...-, no tenemos restricciones a la hora de continuar su flujo. Quería opciones, ahí están. ¿Más? Si digo que para mí el diálogo tiene por función abrir posibilidades y nunca cerrarlas, salvo que se trate de consolidar una opción que clausure la vitalidad nuestra, ¿hablamos? ¡No he definido el diálogo! ¡Solamente hice una consideración sobre la utilidad del mismo, y no creo que todo sea utilidad!
En momentos de olvido, de calmo olvido, el grito cae en lo pasado y tapado. ¡Un rugido inaudito en apariencia! ¡Todo susurro! ¡Qué asco!
Y la historia se repite. El trans-géneros en el cuerpalma y el trans-géneros en papel. ¿Por qué seguir hablando solos? Porque alguien nos escucha.
Agrego: yo es muchos. Cada palabra es emitida-recibida por mis distintos. Lo que querría saber es cómo tratar en simultáneo a los habitantes de mí que habito.

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