jueves, 9 de diciembre de 2010

424 - Acelere post-Lilus Kikus

Si aceptamos que entre las condiciones de producción de una obra poética el único límite es la voluntad del creador y los recursos que tenga a su alcance para concretarla, y entre las condiciones de recepción no existe ningún límite, puesto que la interpretación siempre es nueva en algún sentido y a la obra nunca acontece el quedarse sin posibilidades de evocar una interpretación, y en muchos casos ni siquiera su materialidad se preserva idéntica a sí misma, tenemos que la política explícita, consciente de sí, reflexiva, no puede ser imperativo, sino que se considera una posibilidad entre tantas. Como manifestó León Ferrari ante el rechazo o la clausura -no recuerdo exactamente la causa- de una de sus exposiciones: si una obra puede ser censurada por su contenido político positivo (en tanto afirmación) manifiesto, entonces la crítica tampoco puede ejercerlo en sentido negativo. De fondo está presente la asunción de que la crítica es parte del arte, y, como tal, no ostenta una legalidad propia.
Por esto, entiendo que la creación artística que sea abiertamente política no tiene por eso un menor valor que, por ejemplo, un autorretrato hecho como ejercicio personal de figuras humanas. Incluso más: ¿por qué no considerar al arte instrumentalmente? ¿Por qué no contarlo entre las estrategias para la consecución de fines ulteriores? El arte por el arte, el autotelismo (fin en sí mismo), ¿es más digno? ¿Es posible? ¿No es siempre manifestación de algo presente en alguien? ¿Qué hay en ese alguien que sea cualitativamente distinto cuando se trata de política o de sentimientos? ¿Acaso la política no es un sentimiento?
Dudas express tras la lectura aparentemente inocente de Lilus Kikus, de Elena Poniatowska. La sensación que me queda es que nunca es excesivo remarcar que lo político no está subordinado a lo partidario, sino al revés, y que si alguna vez que escribo 'político' alguien lee ahí 'partidario', entonces no ha sido comprendido lo que dije a la manera en que yo hubiera querido. Sin embargo, no deja de ser una posibilidad dentro del abanico de proyecciones que cada uno hará a partir de su contacto con una obra, y si yo pretendiera negar de antemano esa lectura posible lo único que haría sería dejar en claro mi estupidez y dejar registro escrito, como si me viera en un espejo, de mi parecido con un censor.
Valga esto para la relación arte-religión, es decir, ¿con qué elementos contaría un crítico para impugnar la politicidad y no así la religiosidad? Valga esto también para la relación religión-catolicismo, es decir, no se vayan a confundir los términos...

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