Este francés entretenidísimo plantea que todas las civilizaciones conocieron las máscaras, incluso sin conocer elementos increíbles como la rueda misma, dejando a la primera como algo así como una parte contitutiva de lo antropológico por autonomasia.
En pleno sufrimiento y con la necesidad práctica de salir a la calle la pregunta es si pudieron mostrarse cara a cara. Acá caemos en un lugar muy peligroso. Hemos charlado junto con algunas personas acerca de que todo es signo. ¿Y si el rostro no lo fuera? ¿Y si la interpretación no fuera una ebriedad de adorno, una cobertura intelectualoide de una impresión primitiva que se agota en sí misma y que sobrepasa al comun de los signos -por no cerrar ya mismo el planteo y decir que los supera a todos?
Escribo en este momento totalmente condicionado por un evento particular, y puedo confesar después de haber confesado aquello otro, que la metáfora que me viene a la mente de forma obsesiva es la de salir a la calle mostrando sangre, nervios y músculos de la cara en lugar de mi cara. No sé si eso es para proteger, espantar, indistinguir, llamar la atención, o qué. Entonces aparece el texto de Caillois, y asocio los contarios rostro-máscara.
Mi cara no es la misma hoy, ya, mientras un revoltijo lo suficientemente fuerte me sacuda la cabeza. Mi cara es mi máscara. Yo no quiero esto que pasa. Que no le pase a mi cara.
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