¿Y si, en lugar de ser arqueólogos de las ideas, los que estudiamos filosofía hoy fuésemos sus sepultureros artísticos, dejando una marca personal en las lápidas, practicando una escritura sin lenguaje, estampado una marca poética sobre el mármol definitivo? ¿Y si nos acostáramos después sobre el pasto cobertor de la mortaja -tejido que se ofrece en homenaje a los gusanos- y usásemos esa lápida de almohada que nos quite el sueño, obligándonos pronto a empezar algo nuevo? ¿Acaso no están cavadas las fosas ya? ¿Tanto más blandas son nuestras almohadas?
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