Aquello a lo que no encontramos sentido nos insta a hablar de ello. En primera instancia parecería una tarea contradictoria, siendo que hablar es darle sentido a algo que se dice, pero, curiosamente, al afirmar esto constatamos un segundo nivel problemático frente al sinsentido: que no podemos encerrarlo, sino todo lo contrario, pareciera que cuanto más indagamos en su estudio más profundo nos envuelve.
Estoy seguro de que si fuera un objeto ya lo habiéramos encerrado en algún tipo de jaula especial y estaría protegido en una bóveda al resguardo de los curiosos investigadores y de los rebeldes sin causa también. Ahora me pregunto, ¿qué sería de nosotros si no conociéramos nada que nos resultara completamente inasible?
martes, 27 de julio de 2010
362
A veces después de considerar asombrosas algunas manifestaciones verbales, tanto de la cotidianidad como de movimientos calculados en las artes o las ciencias, me asalta la idea de que quienes reniegan del lenguaje son como carpinteros que quieren clavar martillos con un hacha en una plancha de hierro.
martes, 13 de julio de 2010
360
Mis momentos más racionales suelen sobrevenir cuando más de cerca sigo mis instintos, pasiones y desarreglos varios...
sábado, 10 de julio de 2010
359 - Lucidez de mi abuela
"La medicina cura lo que tiene remedio". Y los milagros cayeron al piso de un bastonazo de lógica, salido de una creyente incluso.
lunes, 5 de julio de 2010
358
Cuando en algún formulario pedorro de internet preguntan por "citas favoritas" y alguien contesta detallando cómo querría coger me hace sentir bien. Es curioso que perdamos esa espontaneidad tantos de los que leemos y asociemos directamente "cita" con las palabras de otro.
Siento mayor sinceridad en el romanticón...
Siento mayor sinceridad en el romanticón...
357
Una persona cuyo miedo a ser genial mantenía lo suficientemente alejada de la causa de su temor...
sábado, 3 de julio de 2010
356 - Lectura paranoide acerca del lector de pésima calidad que creo ser
La incertidumbre constante respecto tanto a la muerte como a la infancia me hace oscilar entre extremos que no son reductibles a lo que soy, paradoja epidérmica inevitable. Por eso termino sin leer antiguos, sin leer contemporáneos, sin leer lo que sea que quede en el medio por clásico o por deplorable, porque lo del medio es lo que estoy siendo mientras olvido. Me juego en la tensión insalvable entre lo que no puedo saber y lo que es desconocido por definición, caminando en un laberinto cuyas paredes, por alejadas, no se ven. Y más: el conocer nombres antiguos me lleva a recorrer sus influencias, los nombres de sus influencias, en un camino que pretende dar luz sobre la incógnita de la muerte, como si pudiera. El final es lo que pesa.
jueves, 1 de julio de 2010
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