miércoles, 1 de abril de 2009

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Es increíble la relevancia que pareciera podérsele atribuir al famoso diagnóstico nietzscheano. Me explico: para mí, Dios nunca hizo nada, o, como mínimo, nada bueno. ¿Por qué, entonces, nos resulta tan relevante que esté vivo, como vinieron mintiendo desde hace una par de milenios, o muerto, como concluyó un alemán hace un puñado de años?
A primera vista, es un grandioso enigma que podría sentarse a caminar, como dijera Vallejo, al lado de tantas viejas preguntas. Por otro lado, me parece extremadamente más satisfactorio pensar que algo que nunca existió murió -en fin, la nada muerta es casi doblemente nada, y tiene la misma irrelevancia que siempre debió haber tenido-, que pensar que convivo con algo que nunca existió -lo que implica cierto cáncer intersináptico.

1 comentario:

Egolastra dijo...

Y me provoca aún más satisfacción pensar que la idea de Dios muere cada día en la conciencia de algún iluminado.