En un extremo, la megalomanía del horror, todo lo desmedido que acecha y siempre cobra sus víctimas, o moriría desnutrido bajo el peso de su propia voracidad. En el otro, el minimalismo de la supervivencia, el diminuto suelo íntimo que apenas dura unos segundos, la respuesta provisoria deslizándose como el grito inútil frente al zarpazo, voz que se hace escuchar sabiendo que ya no hay tiempo. La soga que los vincula es por sí misma metáfora suficiente.
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