jueves, 14 de enero de 2010

274 - Sobre las pompas (esbozo agitado de comparativa demencial)

...porque me llegó el mar
y porque graciaslindísimo
Hoy tenemos en frente a dos cuchillos literarios de carnicero descuidado, que se corta los dedos de manera tal que pareciera un acto voluntario y burlesco: Cioran y Lautréamont.
Hermanados en el idioma que adoptaron por motu propio, el francés, y por el deseo de dar un paso al costado de la vida de la que no podían dar un paso hacia adelante, se refieren de distinta manera respecto a su posición frente a los mares.
El uruguayo que vivió de 1846 a 1870, Isidore Ducasse de nacimiento, comenta lo siguiente, en su obra fundamental "Los cantos de Maldoror":
"La majestad de los hombres es prestada; no se impone: tú, sí. Oh, cuando avanzas con la cresta alta y terrible, rodeado por tus repliegues tortuosos como por un cortejo, magnético y salvaje, haciendo rodar tus olas unas sobre otras con la conciencia de lo que eres, mientras lanzas desde las profundidades de tu pecho, como abrumado por un remordimiento intenso que no puedo descubrir, ese sordo bramido perpetuo que los hombres tanto temen, incluso cuando te contemplan, estando seguros, temblorosos desde la orilla, y entonces veo que no tengo el insigne derecho de llamarme tu igual."
Llamemos locura megalómana a la obra de Lautréamont, pero brillante. Contrapongamos esto a la posición de Cioran en su primera publicación titulada "En las cimas de la desesperación", donde niega incluso que se pueda escapar de las miserias de la vida por esa via, porque el miedo que nos inspiraría un instante de lucidez en medio de la locura sería demasiado terrible, incontrolable.
Emil Michel Cioran, rumano, 1911-1995, por su parte, nos presenta una visión distinta. En "El ocaso del pensamiento", escribía "Si no sientes que el mar puede servirte de seudónimo, es que no has experimentado nunca ni un instante de soledad."
Haría falta, a mi parecer, una mayor profundización de Los cantos de Maldoror (en ese link hay un extracto). Por lo pronto, aproximaría la hipótesis de que tanto en uno como en otro hay un deseo consciente de dejarse de lado a sí mismo, de disolverse en una alteridad con características diferentes en cada caso.
En Cioran, quizás motivado por sus estudios de los místicos tanto de tradición cristiana como budista, así como de Epicuro y los estoicos, el deseo es hacia la quietud del mar, hacia su imperturbabilidad, hacia lo que lo distingue de los humanos tanto en grandeza como en belleza.
Lautréamont está en un frenesí de la maldad, quiere lo opuesto. Quiere la voluptuosidad, la cólera, la destrucción, la violencia.
La inmensidad evocada a través del mar está presente en el intento de disolución de la personalidad construída en cada uno de ellos, como ejemplo a imitar o como modelo a repudiar.
El rechazo a la cotidianidad firme, tranquila y burguesa, aunque sea mediante las letras, dejaría lugar, a mi entender, en ambos casos a lo que Lautréamont desliza en la misma obra: "la espuma se deshace para advertirnos que todo es espuma".

1 comentario:

Juan Rizzo dijo...

Werner Herzog, mirando unas fotos de la filmación de su película Fitzcarraldo, comentaba algo así como: "Es una hermosa metáfora. No tengo idea de qué es la metáfora, pero es una hermosa metáfora". Creo que es la mejor descripción del mar. Es la guerra o el descanso o el desierto o la muerte o la vida o el tiempo o lo imperturbable o lo eterno o lo fugaz o "gran extensión de agua salada (tres letras)" o cualquier otra cosa que se te ocurra.
Y lo más curioso es que, a pesar de todo, no deja de ser una hermosa metáfora.
En mi caso particular, y a pesar de no haber estado nunca en un barco en el mar, mis enemigos saben que jamás les perdonaría que dejaran de llamarme Ishmael.
Un abrazo.